No eran las ocho todavía y ya la gente estaba aplaudiendo para acelerar el encuentro. Total, el Teatro Luis Gilberto Mendoza de la Unidad Vecinal estaba repleto, como en otros lugares. Más de 300 personas entendieron que esa noche se confiarían verdades que solo se dicen una vez, verdades de esas que a todos aluden. ¿Cómo no iba a ser masiva y puntual entonces la convocatoria que poetas de otros países hicieran en este lugar donde para muchos de nosotros comienza el mundo? Se explica también la impaciencia del respetable público. Por quinta vez llegaba a la ciudad el Festival Mundial de Poesía, y si en los pasados capítulos, iraquíes, franceses, palestinos, alemanes e ingleses, unieron a la vieja Babel en el arpegio de cada verso; en esta ocasión la comunidad hispanoparlante nos brindaría la raíz cósmica de nuestra lengua. Juan Pomponio (Argentina), Norberto Codina (Cuba) y Gabriel Jaime Franco (Colombia) escribieron otra página de este acontecimiento que trasciende su naturaleza, porque ya no es un evento que va y viene, el Festival desde entonces tiene por costumbre quedarse en la ciudad con todas sus palabras encimeras.
Para la noche del 22 de mayo se anunciaba la presencia de otros dos poetas tachirenses: Daniel Parada (mención especial en el Premio Binacional de Poesía 2007) y Marco Mendoza, un decimísta genuino que recibía además un reconocimiento a su larga carrera. Como cierre: la participación del Coro de la UNET, quienes interpretarían horas más tarde, un majestuoso concierto para la noche: poemas de Alberto Arvelo Torralba, Baudelaire, Alberti y algunos epitafios del Quijote le devolvían la lira al verso.
Cómo no iba a pedir que empezara la celebración antes de tiempo aquella gente. Y sin esperar la hora exacta, sin anuncio previo; de la oscuridad de la tarima comenzó a encenderse la luz cenital liberando la primera estrofa del Himno que, esa noche, el Coro ejecutó con la maestría de costumbre pero con un ímpetu aún mayor. Esta versión del Gloria al bravo pueblo, alternaba estrofas en español y wayú, en wayú y en español y no se sabía en cuál de los dos idiomas sonaba más subversivo y libertario. “Así es más nuestro” –aseguró el maestro Rubén Rivas, director del Coro- ante la duda.
Canto que pregunta por el hombre
La canción patria, de un pueblo amerindio, dejó un contraste de emociones demasiado prodigioso y musical como para no soltar de inmediato el tan anunciado caballo del soneto. “¿Desde qué lugar anunciar la poesía sino desde el poema mismo?” –se oyó advertir al presentador- y el acostumbrado saludo no dilató el momento sino que lo configuró en su discurso. En tono de manifiesto, como quien devela una escultura, una voz a contraluz, esto dijo: “Únicamente donde haya palabra habrá mundo. Así lo ha querido el ser de cada cosa que hace por nombrarse, lo imposible. Así lo ha entendido el hombre, cuando era dios, cuando otra vez se volvió mujer, y así lo queremos nosotros ahora (…) Todo para que siga el juego, simplemente, de poeta en poeta, de horizonte en horizonte, de dios a dios y de nombre en nombre, solo para eso, lo repetimos hoy (…) donde el decir tenga acústica de decires, donde sea bienvenida la voz fundacional (…) Únicamente donde haya esperanza habrá palabra para transformar el mundo. Esto no es nada nuevo pero hay que repetirlo hasta que sea (…) Ha estado bueno de vivir alquilando palabras, esas que no dicen, que nos tienen sin decir, y habitando sombras de ajenas. No estamos a tiempo para discutir si la poesía es fusil en buenas manos, o simplemente dolor que rima a contravía (…) Estamos viviendo la última eternidad de la historia, y hay muy poco mundo para tanto, o bien esto que sobra no queremos. Hagamos de este instante otra existencia o sucumbamos como algunos quieren (…) Digo que si el hombre no ha muerto merece morir antes que seguir acaeciendo sin esperanza, antes de suceder en lo inhumano (…) En la palabra de ustedes compañeros y en el vigor de otras voces que hoy prefieren el discreto asiento espectador. Y en el más allá de nuestro verbo. Con más estatura que el desprecio, en los campos, las ciudades, en la tierra invisible. Aquí mismo. Está naciendo a cada rato y por montones un ser nuevo con su mundo en el pecho… uno que hoy nos mira con nostalgia o con disgusto. Es nuestro hermano: el poema. Nuestro hermano, un no-Caín. Dice “soy la voz del pueblo”…y apenas habla, ya ven, el idioma del futuro y de las aves. Y nos acusa y nos absuelve en su saludo ¡Bienvenidos armónicos arcanos!, es el poema nuestro hermano de sangre y sueño”
No sé si hubo más silencio que aplausos, lo cierto es que, de ahí en más, nadie abandonaría su butaca. Luego, no se volvió a oír nada que no aludiera una razón secreta. Ni se sintió otra cosa que no fuera el aplauso o la fuerte respiración de los que se sienten vivos por primera vez. El motivo cierto de estar ahí, de elegir este encuentro que se unía con otros en una suerte de ceremonia mística, estaba claro. El país se hizo verbo. Un poeta tomaba el micrófono, incorporaba su voz que ya era un diálogo, y los demás, nuestra apuesta encendida. En medio de una imagen estaba la otra, de un deseo, de una existencia invisible, estaba la nuestra y después de un “algo así” se alimentaba la posibilidad de serlo. Así iba creciendo la noche.
Sin hacerse madrugada culminó su paso el Festival por San Cristóbal, y por otros rincones del país. La despedida del Coro era una invitación a continuar, cada uno en su alma, los proyectos que esta noche se asomaban: los nuevos seres, las nuevas cosas, los futuros soles y la buena nueva de que el mundo era grande y habría lugar para cada quien y para el insomnio. Una invitación a seguir creando, cada cual su posibilidad, el mundo justo, el hombre justo, la justa medida de lo eterno.
el poema nos dejó con sed
Para la noche del 22 de mayo se anunciaba la presencia de otros dos poetas tachirenses: Daniel Parada (mención especial en el Premio Binacional de Poesía 2007) y Marco Mendoza, un decimísta genuino que recibía además un reconocimiento a su larga carrera. Como cierre: la participación del Coro de la UNET, quienes interpretarían horas más tarde, un majestuoso concierto para la noche: poemas de Alberto Arvelo Torralba, Baudelaire, Alberti y algunos epitafios del Quijote le devolvían la lira al verso.
Cómo no iba a pedir que empezara la celebración antes de tiempo aquella gente. Y sin esperar la hora exacta, sin anuncio previo; de la oscuridad de la tarima comenzó a encenderse la luz cenital liberando la primera estrofa del Himno que, esa noche, el Coro ejecutó con la maestría de costumbre pero con un ímpetu aún mayor. Esta versión del Gloria al bravo pueblo, alternaba estrofas en español y wayú, en wayú y en español y no se sabía en cuál de los dos idiomas sonaba más subversivo y libertario. “Así es más nuestro” –aseguró el maestro Rubén Rivas, director del Coro- ante la duda.
Canto que pregunta por el hombre
La canción patria, de un pueblo amerindio, dejó un contraste de emociones demasiado prodigioso y musical como para no soltar de inmediato el tan anunciado caballo del soneto. “¿Desde qué lugar anunciar la poesía sino desde el poema mismo?” –se oyó advertir al presentador- y el acostumbrado saludo no dilató el momento sino que lo configuró en su discurso. En tono de manifiesto, como quien devela una escultura, una voz a contraluz, esto dijo: “Únicamente donde haya palabra habrá mundo. Así lo ha querido el ser de cada cosa que hace por nombrarse, lo imposible. Así lo ha entendido el hombre, cuando era dios, cuando otra vez se volvió mujer, y así lo queremos nosotros ahora (…) Todo para que siga el juego, simplemente, de poeta en poeta, de horizonte en horizonte, de dios a dios y de nombre en nombre, solo para eso, lo repetimos hoy (…) donde el decir tenga acústica de decires, donde sea bienvenida la voz fundacional (…) Únicamente donde haya esperanza habrá palabra para transformar el mundo. Esto no es nada nuevo pero hay que repetirlo hasta que sea (…) Ha estado bueno de vivir alquilando palabras, esas que no dicen, que nos tienen sin decir, y habitando sombras de ajenas. No estamos a tiempo para discutir si la poesía es fusil en buenas manos, o simplemente dolor que rima a contravía (…) Estamos viviendo la última eternidad de la historia, y hay muy poco mundo para tanto, o bien esto que sobra no queremos. Hagamos de este instante otra existencia o sucumbamos como algunos quieren (…) Digo que si el hombre no ha muerto merece morir antes que seguir acaeciendo sin esperanza, antes de suceder en lo inhumano (…) En la palabra de ustedes compañeros y en el vigor de otras voces que hoy prefieren el discreto asiento espectador. Y en el más allá de nuestro verbo. Con más estatura que el desprecio, en los campos, las ciudades, en la tierra invisible. Aquí mismo. Está naciendo a cada rato y por montones un ser nuevo con su mundo en el pecho… uno que hoy nos mira con nostalgia o con disgusto. Es nuestro hermano: el poema. Nuestro hermano, un no-Caín. Dice “soy la voz del pueblo”…y apenas habla, ya ven, el idioma del futuro y de las aves. Y nos acusa y nos absuelve en su saludo ¡Bienvenidos armónicos arcanos!, es el poema nuestro hermano de sangre y sueño”
No sé si hubo más silencio que aplausos, lo cierto es que, de ahí en más, nadie abandonaría su butaca. Luego, no se volvió a oír nada que no aludiera una razón secreta. Ni se sintió otra cosa que no fuera el aplauso o la fuerte respiración de los que se sienten vivos por primera vez. El motivo cierto de estar ahí, de elegir este encuentro que se unía con otros en una suerte de ceremonia mística, estaba claro. El país se hizo verbo. Un poeta tomaba el micrófono, incorporaba su voz que ya era un diálogo, y los demás, nuestra apuesta encendida. En medio de una imagen estaba la otra, de un deseo, de una existencia invisible, estaba la nuestra y después de un “algo así” se alimentaba la posibilidad de serlo. Así iba creciendo la noche.
Sin hacerse madrugada culminó su paso el Festival por San Cristóbal, y por otros rincones del país. La despedida del Coro era una invitación a continuar, cada uno en su alma, los proyectos que esta noche se asomaban: los nuevos seres, las nuevas cosas, los futuros soles y la buena nueva de que el mundo era grande y habría lugar para cada quien y para el insomnio. Una invitación a seguir creando, cada cual su posibilidad, el mundo justo, el hombre justo, la justa medida de lo eterno.
el poema nos dejó con sed
Y con razón entonces la gente se fue con despecho. Empezó temprano y terminó tarde, como deben ser lo encuentros urgentes. Lo mismo en Táchira que Amazonas, Miranda, Yaracuy, Caracas o Nueva Esparta. Empezó con música y terminó en canción, como suele ocurrir con la felicidad verdadera. Era jugo y nos dejó con más sed, como todo néctar vital. Aquí y allá, el Festival se hizo una casa eterna. Una necesidad colectiva. Porque el mundo es un sueño tejido de palabras, y el hombre una invención del festival. Si no qué explicación dar al raro efecto que tiene el decir poético en las cosas y los seres.
Venezuela se ha detenido en la huella de este encuentro de pueblos en la poesía, de culturas en el hombre. Ha hecho un alto que es sinónimo de avanzar corazón adentro, en las lejanías del ser. Avanzar hacia lo más quieto de la sangre. Donde el poema hace al mundo y no al revés, donde la vida acaece para algo más que fluir. Venezuela toda se ha detenido en ese preciado bien que es la palabra, aquélla lumbre que puebla la existencia de nuevos sentidos. Es así que el poema antes de irse a Europa, Asia, África, Oceanía, antes de volverse a América, de transitar a la provincia de Venezuela, lo hereda todo, como un paisaje que se deja hurtar a la vista. Se ha ido para quedarse el soplo de aire inextinguible y su misión de erigir el mundo dentro del mundo ahora es nuestra. Lo que el poema nos dijo, lo que pudimos oír y nos dejó, fue 24 ciudades con palabras nuevas, es decir: hombres y mujeres con posibilidad de engendrar sus almas en la historia. Palabras que harán las calles más humanas y divinas. Si la poesía del mundo eligió esta tierra su morada, no iba a hacerlo en vano. Por eso nos queda también el compromiso de llegar vivos a la muerte. De no morir sino en los eternos simulacros del destino. De ser impunemente felices con los demás y para siempre.
Porque hay un tiempo denso que divide nuestros mayos, entre 2008 y 2009 algunos preferirán la nostalgia; pero un fuerte deseo ha escrito una coma para abreviar días tan largos. Mayo se une con mayo como un suspiro une dos palabras y una palabra junta a dos que nacieron para encontrarse. Así van creciendo las ganas de otro Festival, como esta noche. Y es una sed impostergable de ser en el “imposible verosímil”, el más preciado de los bienes: la poesía.
Venezuela se ha detenido en la huella de este encuentro de pueblos en la poesía, de culturas en el hombre. Ha hecho un alto que es sinónimo de avanzar corazón adentro, en las lejanías del ser. Avanzar hacia lo más quieto de la sangre. Donde el poema hace al mundo y no al revés, donde la vida acaece para algo más que fluir. Venezuela toda se ha detenido en ese preciado bien que es la palabra, aquélla lumbre que puebla la existencia de nuevos sentidos. Es así que el poema antes de irse a Europa, Asia, África, Oceanía, antes de volverse a América, de transitar a la provincia de Venezuela, lo hereda todo, como un paisaje que se deja hurtar a la vista. Se ha ido para quedarse el soplo de aire inextinguible y su misión de erigir el mundo dentro del mundo ahora es nuestra. Lo que el poema nos dijo, lo que pudimos oír y nos dejó, fue 24 ciudades con palabras nuevas, es decir: hombres y mujeres con posibilidad de engendrar sus almas en la historia. Palabras que harán las calles más humanas y divinas. Si la poesía del mundo eligió esta tierra su morada, no iba a hacerlo en vano. Por eso nos queda también el compromiso de llegar vivos a la muerte. De no morir sino en los eternos simulacros del destino. De ser impunemente felices con los demás y para siempre.
Porque hay un tiempo denso que divide nuestros mayos, entre 2008 y 2009 algunos preferirán la nostalgia; pero un fuerte deseo ha escrito una coma para abreviar días tan largos. Mayo se une con mayo como un suspiro une dos palabras y una palabra junta a dos que nacieron para encontrarse. Así van creciendo las ganas de otro Festival, como esta noche. Y es una sed impostergable de ser en el “imposible verosímil”, el más preciado de los bienes: la poesía.